Retratos urbanos

Un físico entre ordenadores

Juan Manuel García Chamizo, catedrático de Arquitectura y Tecnología de Computadores, ha creado una ONG para recuperar el talento joven que se pierde en el camino

Juan Manuel García Chamizo posa en el campus universitario de San Vicente del Raspeig.

Juan Manuel García Chamizo posa en el campus universitario de San Vicente del Raspeig. / PEPE SOTO

Pepe Soto

Pepe Soto

No da una idea por perdida. Honesto trabajador. Amable; también listo y emprendedor. Buen profesor e investigador, según cuentan algunos de sus antiguos alumnos y compañeros de facultad. Lleva poco menos de cuarenta cursos impartiendo clases y decencia en la Universidad de Alicante, investigaciones y sonrisas a parte, claro. Catedrático de Arquitectura y Tecnología de Computadores, entre otras misiones, ha creado una ONG para recuperar el talento joven que se pierde en los trayectos, a superdotados. De niño quedó impresionado por electromagnetismo, porque entendió, parece, que hasta una piedra es capaz de transmitir sensaciones, incluso de pensar: la interacción de las cuatro fuerzas fundamentales del universo. Presentó durante la entrevista algunas fórmulas sobre ello. No entendí nada más que sus palabras de ánimo y generosidad, mucha. Pasen y lean.

Juan Manuel García Chamizo (Villanueva de la Serena, Badajoz, 1955) llegó a Elche de chaval, con 14 años. Estamos en 1968. Sus padres, Eusebio y Antonia, eligieron los caminos de la emigración en busca de una mejor vida, después de que el padre perdiera el empleo como vigilante en una fábrica de abonos. Con la ayuda de unos paisanos afincados en la entonces próspera ciudad ilicitana, Eusebio encontró trabajo de acomodador en el cine Palafox. Miles de sesiones entre butacas, con linterna para los espectadores tardones. Los García Chamizo se montaron en un tren tan viejo como lento y se establecieron en Elche, en el barrio de Carrús, cerca de la plaza de Barcelona.

Juanma es el segundo de tres hermanos. Estudió en el Instituto Laboral. Buen estudiante, al finalizar el curso preuniversitario, se matriculó en Ciencias Físicas en la facultad en Granada. Fue a parar con un compañero de bachillerato, Antonio Moreno Gómez, a una habitación de pisito céntrico, entre la Alhambra, el Albaicín y cientos o miles de sueños. En los veranos trabajó en talleres de calzado moldeando con destreza cueros o como peón albañil en obras de cemento y arena de sol a sol. Tras cinco año de carrera regresó a Elche con el título en un bolsillo y con ansias de trabajar. Hizo la mili como alférez de complemento. Y se orientó.

Primer empleo, en 1980. Juanma encontró trabajo como director técnico en una empresa dedicada a la fabricación de recubrimientos y aislamientos de edificios, más o menos a eso se dedicaba la industria. Pero era un apasionado de la física, mejor por el electromagnetismo: espacio científico en el que parece que hasta las piedras tienen memoria e incluso sonríen. Durante unos meses alternó el puesto laboral con tareas de docencia en la Universidad de Alicante en los recién estrenados estudios de informática. Ya casado con Toni, su mujer de siempre, también extremeña de Villanueva de la Serena, ocho cursos y bastantes ratos más tarde se doctoró en Ingeniería Informática y desde 2003 es catedrático del área de Arquitectura y Tecnología de Computadores. Ha dirigido más de veinte tesis doctorales, decenas de proyectos de investigación financiados por empresas o instituciones. Y es autor de cientos de publicaciones científicas, entre muchas cosas más.

Un físico entre computadoras. Explica que, aunque puede resultar chocante, se entiende fácilmente remontándonos cuarenta años atrás: “En el desarrollo el sector científico-técnico informático, en ausencia de egresados universitarios especializados, como ocurre en todos los campos del saber que son de nueva creación, el sistema universitario genera su propia capacidad docente, investigadora y de transferencia productiva formando a doctores en Informática entre facultativos de otras ramas”. Así, los primeros doctores en Informática surgieron de las ingenierías de Electrónica, Industrial y de Telecomunicaciones, o bien de las licenciaturas en Matemáticas o Física. Era un mundo por descubrir a través de ordenadores con menos memoria que los primeros teléfonos móviles.

Casi 40 años de docencia, investigación y gestión académica. Y ahora le toca lidiar con la Inteligencia Artificial (IA), “un sinsentido lingüístico”, dice, pero, no obstante, considera que es beneficiosa para la sociedad y para las personas gracias a la experiencia acumulada durante los más de treinta años que vienen formando parte de cada vez mayor número de instrumentos, los sistemas y los procesos de que nos valemos cotidianamente. Pero, como todo, también puede ser utilizada de manera inadecuada”. O sea, que la IA no puede ser calificada como buena o como mala en sí misma, sino que son los usos que se hagan de ella los que pueden ser beneficiosos o perjudiciales: “Que merezca la pena: claramente es asunto ético”.

Emprendedor, ha creado una ONG sin fronteras para ayudar a jóvenes que son víctimas de vulnerabilidad larvada y apartados del sistema educativo reglado debido a su alta capacidad intelectual: víctimas de acoso escolar, falsos positivos de déficit de atención, o demás: superdotados o casi en ello. Es decir, Juanma, con sus aliados en el proyecto, tratan de recuperar el talento joven que se pierde por los cerros de la vida. “Este colectivo requiere atención cuidadosa para reconducir los aspectos anímicos de su personalidad y de las relaciones sociales”, asegura Juanma. La ONG Proactiva está comprometida en la ayuda a personas de alta capacidad intelectual para que generen negocios propios que les permitan materializar su elevado potencial creativo y de emprendimiento. El objetivo, comenta, es fomentar el talento y la capacidad intelectual de personas con inquietudes, curiosidad y creatividad, que quieran desarrollar proyectos e ideas en el marco de la innovación, la protección del entorno y la contribución significativa al progreso de la sociedad.

Más o menos así es Juanma García Chamizo, el extremeño que, como su esposa, comparte sabores ilicitanos. Un físico metido en la enseñanza para explicar el sentido de las computadoras con el mejor interés: el bienestar de las personas. Sigue entusiasmado con las alegrías y las penas de cualquier roca o grano de arena, por el electromagnetismo y sus circunstancias. Mucho más por las personas: alumnos, compañeros y demás humanos cargados de cierta ilusión. O por la amistad, que no es poco en la vida de un intelectual académico con los ojos y la mente en un lugar algo más lejano. Pero es un tipo cercano. Y dicen que excelente compañero y amigo.