IN MEMORIAM

La vida al otro lado: un homenaje a Paul Auster y Enrique Vila-Matas

Auster y Vila-Matas en Nueva York.

Auster y Vila-Matas en Nueva York. / porEduardoBoix

Eduardo Boix

  1. En ocasiones me da por viajar en el tiempo. Es un ejercicio de memoria, de nostalgia tal vez. Una forma de anclar lo que soy, divisando lo que he sido. La primera vez que tuve conciencia de que quería ser escritor fue en el chalet de mis abuelos. Recuerdo el anuncio de un ordenador portátil en el diario La verdad de Murcia: un mamotreto comparado con lo que hay hoy día. Me imaginaba allí, en el porche, escribiendo, mientras la vida se abría fuera. Las lecturas de aquellos veranos, que consiguieron forjar lo que soy, las conservo en la memoria como tesoros. Clásicos como Verne, Wells o toda la colección de libritos del extinguido diario El Sol fueron mi fuente de ensoñación. Las gentes de barrio, como yo, les debemos mucho a las colecciones de diarios y a las bibliotecas públicas.
  2. La primera vez que conocí a Auster ya no era aquel niño del chalet, pero sí seguía soñando. Dos publicaciones se cruzaron en mi vida y todo lo cambiaron. En aquella época acompañaba a mi padre al hospital a hacer rehabilitación. Pasamos todo un verano yendo y viniendo en una ambulancia. Me apoyé en la lectura de libros y en la revista Qué leer para no caer en la desesperanza. Todo había cambiado. Recuerdo que los ojos de Paul Auster en una portada de la revista me impactaron, aquella era la mirada de un escritor. Poco tiempo después, mi madre, para saciar mi sed lectora, me compró la colección Narrativa de hoy que sacó RBA en el verano del 97. Leviatán, de Auster, fue un soplo de aire fresco en mi mente. Aquello era distinto.
  3. Vivo en las afueras de las afueras de Elche. A cinco calles hay un polígono industrial, es la frontera con la autovía, la A7. A una calle de mi casa estaban las fábricas de Kelme. En la adolescencia, mi lugar estuvo en la biblioteca municipal. Le debo mucho a ese espacio. Recuerdo que buscaba libros raros, bueno, más que raros… diferentes. Voces distintas. Me llamó la atención Suicidios ejemplares de Enrique Vila-Matas. Aquel lugar repleto de libros era un oasis en mi vida. Fue como la puerta a otro mundo que estaba por venir. En un barrio, las bibliotecas públicas son como un oasis para las familias que no pueden desembolsar grandes cantidades de dinero en libros, espacios donde todo es posible, donde la vida me llevó a lo que soy.
  4. Enrique Vila-Matas también tiene mirada de escritor y sonrisa de escritor. No he conocido personalmente a Paul Auster, pero sí a Vila-Matas. Le trajimos el jueves 11 de mayo de 2023 al ciclo La dignidad de la palabra en Elche. Supe descifrar la literatura en esos ojos. Habría viajado en el tiempo para decir a aquel adolescente: Vas a conocer al escritor de Suicidios ejemplares. Se habría reído de mí como se ríen los soldados que han perdido tantas batallas que sopesan la rendición. Escucharle narrar las anécdotas, verle observar y sonreír, fue algo mágico. Como pararse a analizar las pinceladas de Antonio López en plena Gran Vía de Madrid. La literatura, el oficio de escribir, es uno de los grandes misterios de la humanidad, y, de ese misterio, Auster y Vila-Matas son dos grandes maestros.
  5. Releo poco y lo poco que releo casi siempre es La invención de la soledad de Auster y Bartleby y compañía de Vila-Matas. Esas dos obras contienen todo lo que me interesa de la literatura. Son como dos biblias para mí. Dos libros sagrados a los que regreso con fe y devoción. La muerte del padre o la desaparición son dos temas que siempre me han llamado la atención a la hora de abordar una historia, el azar también. Por azar les conocí y se convirtieron en dos de mis pilares literarios. Si pudiera hablar con aquel adolescente que veía el anuncio del ordenador portátil le diría que, al final, todo llega, que, aunque sea tarde, la vida te acaba ofreciendo lo que pides. No es una cuestión de magia, es solo recompensa.
  6. La muerte de Paul Auster a causa de un cáncer de pulmón nos ha dejado huérfanos. La invención de la soledad trata de eso, de la orfandad. No hablo en sentido metafórico, es un sentimiento real, palpable. Quienes escribimos no llegamos a ser conscientes del influjo que producimos en los demás. Hay lectores que se sienten tan ligados a un autor que llegan a notar un sentimiento muy parecido a la familiaridad. Auster ha podido ser como perder a un tío lejano, el tío americano que fumaba puritos holandeses y contaba historias sobre el azar. Un tío lejano que ha habitado, como dijo la escritora y esposa Siri Hustvedt, un tiempo en Cancerland.
  7. Cuando descubrí a Vila-Matas ya había leído a Salinger. El guardián entre el centeno tal vez fue el detonador de mi deseo de ser escritor. Tal vez esa pulsión por la desaparición la llevaba dentro. Enrique Vila-Matas me descubrió otra forma de contar. Me di cuenta de que había otras formas de decir, otras miradas, otros modos de contar una historia. Me fascina la hibridación de géneros, el entrar y salir de sitios distintos para coger atajos a otros. Esa forma de llegar al misterio sin desvelarlo. Eso es la literatura. Es tan importante el fondo como la forma. Celebro que Vila-Matas no fuera un Salinger o un Bartleby y que nos siga descubriendo mundos y laberintos como ha hecho Auster. El otro día, charlando con el escritor Juan José Rastrollo sobre los ojos de Auster y cómo nos habíamos quedado huérfanos de él, me decía: «No puedo disociar a Vila-Matas de Auster. Me resulta imposible. Los descubrí en la misma época de mi vida. A principios del nuevo milenio, ya establecido en Barcelona, tras un tiempo en que ya casi había perdido el entusiasmo por leer ficción. Primero llegué a Exploradores del abismo, ese libro de relatos del escritor barcelonés que era el espejo de la Barcelona desquiciada y moderna que contemplaba desde la luna del autobús de la línea V17 que me llevaba al trabajo cada mañana. Y después (o bien, al mismo tiempo, no sé), devoré El libro de las ilusiones y Trilogía de Nueva York, de Paul Auster. Con ellos entendí que uno no es más que lo que lee, que un escritor debe ser un cronista irónico de su tiempo y que, como decía el autor de Nueva Jersey, el Quijote no lo había escrito Cervantes, sino Sancho Panza».
  8. Llamo a aquel niño y le digo que lo mejor estaba por llegar. Recuerdo la primera vez que fui a casa de Carlos Javier Cebrián y me enseñó sus libros de Auster y me habló de la importancia de lo que no se dice en la literatura, el subtexto. De Vila-Matas hemos aprendido también la importancia de la ironía, del uso del humor y sus formas. Enrique V-M tiene la virtud de saber relatar la anécdota. Ha sido también nuestro gran descubridor de Robert Walser. Enrique Vila-Matas escribió: «La invención de la soledad es un bello texto que contiene el germen de toda la obra austeriana». Es también mi obra favorita del autor neoyorquino.
  9. A veces me he imaginado paseando por Brooklyn con Enrique y Paul. Sin hablar, solo caminando por calles y calles, sin rumbo, sin ninguna dirección predeterminada. Sintiendo los aromas. Envolviéndonos por el ruido de las calles de ese barrio de Nueva York. Normalmente yo paseo casi todos los días, pero no puedo comparar las calles que piso con aquellas. Desde niño he pensado qué podría hacer una persona al otro lado del planeta a esa misma hora. Dos vidas distanciadas por el espacio. Dos formas de habitar el mundo. Dos seres que han nacido en espacios diferentes por el azar.
  10. Observo las fotografías de Auster y de Vila-Matas como lo hacen los personajes interpretados por William Hurt y Harvey Keitel en la película Smoke. Despacio, sin prisa, intentando no saltarme ningún gesto, ningún detalle. Auster sin gafas: con esa mirada profunda y observadora. La mirada del escritor. Tal vez nos mire desde el otro lado. Esas fotografías pueden ser las mirillas de una puerta condenada en un hotel. Nos observa en nuestra humana finitud. Puede que seamos los personajes de una obra fragmentaria titulada La vida al otro lado.

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