Altea cumple con su rito ancestral de Sant Joan: la plantà de l'Abret

Altea celebra el solsticio del verano esta tradicional fiesta que se celebra desde hace más de cuatro siglos en el casco antiguo como celebración de fertilidad de la tierra

Hermandad, euforia, identidad, libertad... Cuatro expresiones que definen el sentir del pueblo de Altea unido en torno al gran chopo que desde la noche de este viernes se erige en el centro de la plaza de la iglesia como símbolo fálico de la fertilidad de la tierra. Es la culminación de la fiesta de "L'Arbret de Sant Joan" que tras la "plantà", cuando los cobrizos rayos del sol desaparecen por el monte Puig Campana mientras iluminan la plaza de la Iglesia a través de la calle San Miguel, se celebra desde 1617 cada viernes anterior a la festividad de san Juan en el barrio del Fornet que abarca el casco antiguo de Altea.

Con una fuerte carga ceremonial y tradicional, ligada al solsticio de verano, a la agricultura y a los rituales paganos cristianizados, Altea celebró este viernes la fiesta de "L'Arbret" rememorando lo que hacían los antepasados hace más de cuatro siglos como un culto a la madre tierra, y que continúa como manda la tradición. Así, a las siete de la mañana de ayer se trasladaba una comitiva de la asociación Amics de l'Arbret, organizadora de los festejos, a la ribera del río Algar para cortar un chopo de 22 metros de altura, que previamente había sido elegido por los entendidos, para ser plantado en el centro de la plaza de la Iglesia de Altea durante el ocaso del sol.

Al filo de las 19 horas, tras una gran merienda con pan, embutidos, melva y vino, más de medio centenar de jóvenes, y no tan jóvenes, se unían para llevar al gran árbol sobre sus hombros desnudos hacia lo más alto de Altea, desde el aparcamiento de la Facultad de Bellas Artes de la UMH hasta la plaza de la Iglesia, al son de la música de la "xirimita y el tabalet", alentados por el pueblo, y remojados con el agua que les lanzaban los vecinos desde sus casas para sofocar el esfuerzo y los calores de los aguerridos mozos.

Esfuerzo físico y espectacularidad

El árbol era llevado con fuerza y dolor, destacándose la espectacularidad de la subida de la Costera dels Matxos desde la Plaça de la Creu sin parar y de un tirón al grito alentador de ¡Amunt, amunt! que clamaban los vecinos. El esfuerzo físico descubría los tensos músculos y venas en brazos y cuellos de los porteadores que al final de la empinada cuesta, y al comienzo de la calle Calvari, hacían parada tradicional obligatoria frente a la casa de la "Tía Vicenta la Corrita" para homenajearla con bailes a cargo de Bellaguarda Tradicions que emulaban el baile de la admirada y recordada mujer al son de la dulzaina y el tambor mientras los mozos guardaban un respetuoso silencio. De igual modo, se rindió homenaje a dos hombres que toda su vida estuvieron con el "arbret": Pedro Juan Ausias "Maldaes" y Vicent Cano, fallecidos este último año.

Recuperadas las fuerzas, el árbol fue elevado de nuevo sobre los hombros de los jóvenes para seguir camino hacia la iglesia. Todos a una gritaban con alborozo "Aigua i vi, aigua i vi. Vixca la mare que mos ha parit". Era el grito de guerra que les daba el coraje suficiente para continuar el camino sorteando las dificultades físicas como el giro por el estrecho Cantó de la Promesa o la entrada a la calle San Miguel para enfilar hacia el centro de la plaza en donde se erigiría el gran chopo. Los vecinos colaboraban desde sus casas lanzando agua para refrescar a los esforzados porteadores que clamaban su conocido grito de guerra.

Antes de entrar a la plaza de la Iglesia hubo una parada para que los jóvenes amarraran sus camisetas en las ramas de la copa del árbol como símbolo y homenaje a los seres queridos fallecidos para unos, como un viaje inciático y ancestral para otros, y para quitarse de encima los males y sufrimientos que se quemarán posteriormente por los rayos de sol mientras permanezca plantado el árbol hasta agosto.

Con los rayos dorados del sol entrando por la calle san Miguel que iluminaban las sudorosas espaldas de los jóvenes gozosos, exhaustos y con los músculos en tensión, la llegada a la plaza de la Iglesia fue impresionante. Lágrimas, abrazos, ojos desorbitados por el esfuerzo, sentimientos a flor de piel. Todo se vislumbraba mientras llegaba el árbol al centro de la plaza. Y allí, con el esfuerzo de todos empujando con sus manos al árbol para introducirlo en la tierra al tiempo que era tirado desde lo alto del campanario, la Casa Abadía y otras dos casas adyacentes con cuatro cuerdas atadas al tronco por los Amics de l'Arbret, finalmente se erigía hacia el cielo mientras todos a una danzaban a su alrededor animados por la música de la xirimita y el tabalet y por los bailes ancestrales de una delegación del pueblo de Palomar (Valencia), donde también celebran su "Festa del Xop".

Bien de Relevancia Local Inmaterial

La "Plantà de l’Arbret" fue declarada por la Generalitat Valenciana como Bien de Relevancia Local Inmaterial el 7 de febrero de 2019 al considerar que "compone una fuente de creatividad, un factor de sostenibilidad ambiental y una clara expresión de la identidad local alteana", según se publicó en el DOGV del 14 de febrero de ese año. Para mayor convencimiento, el historiador Juan Vicente Martín afirma que la "Plantà de l’Arbret" es una tradición "ancestral perdida en el tiempo que entronca el rito pagano del solsticio de verano y de la fertilidad de la tierra y que en Altea probablemente comenzó a celebrarse a partir de 1617, cuando el 11 de enero de ese año se le concedió la Carta Puebla fundacional, en cuyo documento ya aparecía la festividad de San Juan como fecha para pagar los tributos al señor feudal, el Marqués de Ariza".