Capitanes del Hércules en mala sintonía

El tiempo no es un cualquiera. Lo controla todo, es juez y parte. Resulta ingobernable, testarudo, implacable. Da y quita razones y nunca se mantiene al margen. El tiempo paga con su propia moneda y jamás se deja sobornar. Hace con los mortales lo que cualquier otro dios: jugar, poner a prueba su resistencia, su capacidad para soportar el peso de la angustia, obligar a elegir, a decidir bajo la amenaza infinita de equivocarse.

El próximo Hércules, mejor... aunque no bien

Con la edad, la sensación de ser levedad se agudiza. Se estrecha más y más el límite de los desengaños, que se vuelven frecuentes, rutinarios... devastadores si se lo permites. Así, los que un día fueron héroes, terminan rindiéndose a la certeza cruenta de que todos, incluso ellos, estamos aquí de paso. El deporte tarda más en forjar leyendas que en devorarlas. El Hércules, también. Tampoco en eso es diferente.

La salida de Sandro Toscano, la reticencia de la comisión deportiva a renovar el contrato de Raúl Ruiz y el intento fallido de rebajar el salario de Míchel Herrero desmoronan la jerarquía de un proyecto que ha pagado caro en los últimos años su falta de carácter en partidos decisivos, en los instantes que separan el éxito de la vulgaridad. Uno de los tres, el italiano, seguro que no repite; y los otros dos, si tienen la ocasión, lo harían a regañadientes, desgastados por la evidencia de saberse devaluados. El orgullo humano, tan fácil de derretir como una vela de cumpleaños, nunca hace balance de las cantidades que percibe de más, pero rara vez llega a olvidarse de las que cree que le escatiman.

La salida de Toscano abre la futura capitanía a Carlos Abad, por galones, o César Moreno y Nico Espinosa, por antigüedad

El Hércules 2023-24, como todos los anteriores, necesita liderazgos, asideros a los que agarrarse en los partidos que se angostan, tuercen o vuelcan. Hace ya muchos años que no los encuentra o no le responden. Así es muy difícil escapar de las garras de un fútbol, el modesto, que tira de los grandes hacia abajo con mucha fuerza porque el peso de su historia apenas se sostiene sobre la superficie de cartón piedra de las ligas RFEF.

Raúl Ruiz desea seguir, pero únicamente podrá en condiciones estructurales y económicas muy concretas. En la idea actual de plantel que trata de tejer el club, las cualidades defensivas del alicantino son fácilmente reemplazables y las ofensivas ni se contemplan, menos aún que el curso pasado. El capitán, en paro, es consciente de la situación, así que, si finalmente se concatenan las casualidades y prolonga su estancia en el equipo, lo hará sabiendo el lugar que ocupa, uno bastante deslucido.

Míchel Herrero sufre menos. Él parte con ventaja, un papel firmado, y eso le otorga un poder del que no goza su compañero de capitanía. Sin embargo, verse forzado a hacerlo valer menos de un año después de acordar las condiciones de su regreso a Alicante, no le convierte en el más idóneo para cargar con gusto la bandera del proyecto de quienes le han dejado en una situación muy delicada tras hacerse pública su retribución, la más elevada del vestuario, inusual en la categoría. Él siente ese gesto como una traición, así que cuando la franquicia le conminó a renegociar a la baja sus emolumentos, él les remitió a su agente directamente sin dedicar ni un segundo a conversar sobre la cuestión.

Ese acuerdo que busca el presidente para quitar peso inversor a la décima tentativa de salir del pozo no ha sido viable... de momento. Ninguno de los capitanes designados el curso pasado está en buena sintonía con el Hércules, lo que abre la puerta a nuevos líderes: Carlos Abad, César Moreno, Nico Espinosa, incluso Alvarito, pero solo el portero responde al perfil.