HISTORIAS DEL CENTENARIO

De 1996 a 1999: El caos toma el control del Hércules

Nuevo capítulo de la serie histórica blanquiazul elaborado para INFORMACIÓN por Enrique Moscat

Manolo Jiménez en los banquillos del Rico Pérez

Manolo Jiménez en los banquillos del Rico Pérez / INFORMACIÓN

Enrique Moscat

Enrique Moscat

“¿Dónde está la canción que me hiciste cuando eras poeta? Terminaba tan triste que no la pude empezar…”. Ya lo decía el cantautor. Y así, más o menos, fue la vuelta del Hércules a Primera División. El esperado retorno a la máxima categoría, una década después, se torció incluso desde antes del comienzo de la pretemporada. Quizás fuera hasta una “suerte” para Manolo Jiménez el no tener que vivir una temporada tan nefasta como la 96/97, marcada por la llegada al club de Bahía Producciones, un grupo empresarial/agencia de jugadores vinculada a Antonio Asensio, que controlaba, además de al Hércules, a otros clubs como el Mallorca o el Málaga. Con la sociedad del magnate balear manejando los hilos económicos de los blanquiazules se rompió en mil pedazos todo lo conseguido el año anterior y pasaron varias cosas. Y ninguna buena...

La primera de ellas tuvo como principal damnificado al propio Manolo Jiménez. Con la llegada del nuevo grupo empresarial a Foguerer Romeu Zarandieta, el presidente Aniceto Benito, máximo valedor del técnico cacereño, había pasado de ser el principal gestor y mandamás de la entidad a ser poco más que una mera figura decorativa y un peso pluma a la hora de tomar decisiones. Ante esto y que los planes de Bahía sólo pasaban por tener jugadores y entrenadores de su “cuerda”, a Jiménez le hicieron una oferta de renovación tan a la baja que era lo más parecido a una invitación a irse. Y así fue, tras estudiarla junto a su representante, muy a su pesar (y al de Aniceto Benito), el extremeño daba por finalizada su (primera) etapa en el club.

EL HÉRCULES SE AHOGA EN LA BAHÍA (96/97)

Pues si en las parcelas técnicas y de gestión se había desatado una tormenta de arena, la deportiva tampoco se quedaba atrás precisamente. Llegó Ivan Brzic como nuevo entrenador y se abrió la puerta de salida a jugadores importantes en la rotación del equipo que había ascendido a Primera. Ni Gonzalo Arguiñano ni Valerio -que regresó al Real Madrid- ni David de la Hera iban a ponerse el Negre Lloma en el pecho en la máxima categoría. Así como tampoco Luismi y el héroe de Badajoz, Sigüenza. En cambio, llegaron catorce novedades: los porteros Gaetan Huard (procedente del Girondins) y Peter Rufai (Farense); los defensas Ferreras (Sevilla), Moj (Toledo), Predrag Stankovic (Estrella Roja), Pablo Morant (Gimnasia y Esgrima) y Paqui Veza (Zaragoza); los centrocampistas Diego López (Almería), Sandro Laranjeira (Vitoria de Setúbal), Damiano Longhi (Pádova), Peter Artner (Salzburgo) y Nemanja Miljanovic (Elfsborg); y los delanteros Flavio Maestri (Sporting Cristal) y Gabi Amato (River). Jugadores que habían llegado vía truculentas negociaciones (comisiones incluidas) y que, en su inmensa mayoría, no mejoraban a los que se habían marchado. ¿Quién estaba detrás de estos fichajes? Han acertado: Bahía Producciones. De todos ellos, fue especialmente decepcionante el rendimiento de Longhi (primer italiano de la historia en Primera División), del peruano Maestri, del mundialista Artner y del francés Huard (que venía de jugar la final de la Copa de la UEFA ante un tal Bayern de Múnich). Por contra, sólo el serbio Stankovic, el alicantino Paqui, el portugués Sandro, el sueco Miljanovic y el argentino Amato mostraron un nivel aceptable para jugar en la Primera División española, la que por aquel entonces era la mejor Liga del mundo.

Ronaldo Nazario en un Barça-Hércules en el Camp Nou

Ronaldo Nazario en un Barça-Hércules en el Camp Nou / INFORMACIÓN

Como se pueden imaginar, la temporada fue la crónica de una muerte anunciada. Tras nueve derrotas en sólo once partidos, Brzic fue cesado y su puesto en el banquillo lo ocupó un viejo conocido, Quique Hernández. Con la vuelta del técnico de Anna, el equipo mejoró bastante sus números y logró varias victorias importantes (algunas históricas como la del Camp Nou ante el FC Barcelona tras remontar un 2-0). Sin embargo, esta mejoría no se terminó traduciendo en la clasificación, pues el equipo estuvo toda la temporada en la parte baja de la tabla, certificando su descenso matemático a Segunda a falta de tres jornadas para la conclusión del campeonato. El año 1 de “la Liga de las Estrellas” fue tan raro como malo para el Hércules de Alicante. Fue un año en el que ganó dos veces al Barcelona de Ronaldo, Figo, Guardiola y Stoichkov pero en el que nunca salió de los puestos de descenso; un año en el que nadie sabía quién mandaba en el club, ni cuál era el papel de Aniceto Benito… ni, en definitiva, dónde empezaba y dónde acababa la Bahía en la que se ahogó el Hércules.

EL BLANCO Y AZUL SE VOLVIÓ GRIS (97/98)

Se esperaba que la suma de los Manolo Alfaro, Paquito, Palomino, Rodríguez, Sandro y Visnjic, entre otros, más el talento de jóvenes promesas como Redondo, David Castedo, Yaw, Bolo y Ronald Gómez -todos ellos con experiencia en Primera- diese como resultado el retorno inmediato a la máxima categoría. Asimismo, la llegada de los experimentados Martagón y Giner y el regreso de Falagán ponían la guinda, situando a los blanquiazules, junto a Sevilla y Rayo, en la pole position de candidatos para ascender. Pero nada más lejos de la realidad, pues aquel Hércules que empezó siendo de Quique Hernández y que acabó en las manos del excéntrico David Vidal terminó la Liga de Segunda en mitad de la tabla en un año con muy pocas luces y bastantes sombras. Precisamente con el gallego a los mandos, que llegó en la jornada 10 (Hernández fue cesado en la octava fecha), los blanquiazules vivieron dos buenas rachas que les situaron eventualmente en los puestos altos de la clasificación: cuartos en la jornada 15 y quintos en la vigésimo novena. Sin embargo, el posterior balance de una única victoria en los trece partidos restantes, condenó a los de blanco y azul a un gris y decepcionante undécimo puesto. Como tantas veces, los mejores mimbres no hicieron un buen cesto.

David Vidal, entrenador del Hércules en la temporada 97/98

David Vidal, entrenador del Hércules en la temporada 97/98 / INFORMACIÓN

EL CAOS TOMA EL CONTROL (98/99)

En una suerte del célebre “aquest any, si” del entonces presidente del FC Barcelona Josep Lluís Núñez, la segunda temporada consecutiva de los alicantinos en Segunda se vendió

como la del ascenso sí o sí del Hércules Club de Fútbol. Para ello se produjo una renovación total en la plantilla. Se volvieron a dar bajas poco entendibles y a hacer excesivos fichajes que, como en el año de Primera, debilitaron el equipo en vez de reforzarlo y ponían de manifiesto la pésima planificación que se había hecho desde arriba. David Vidal había dejado el banquillo y su puesto lo iba a ocupar el argentino Sergio Egea, un técnico joven, que venía de hacer un buen año en Toledo y que tenía fama de hacer buen fútbol. Junto a él llegó, prácticamente, una plantilla entera. A saber: los porteros España (Rayo) y Belman (Valladolid); los defensas Juanmi (Elche), Dacosta (Alavés), Espejo (Lleida), Baroja (Albacete), el canterano Gonzalo Bonastre y Vara (Atlético B); los centrocampistas Manolo Martínez y Fernando Béjar (ambos procedentes del Juvenil), Conte (Racing), Gómez (Albacete), Roger Morales (Huracán), Javi Prats (Villarreal) y Ángel Morales (Espanyol) -estos dos últimos con la campaña avanzada-; y los delanteros Luna (Sporting), Deus (Dépor), Osterc (Gorica), Javi y Verde (ambos juveniles). En definitiva, veinte novedades. Sí, veinte fichajes. Han leído bien. Y casi ninguno estuvo a la altura de las expectativas. Tampoco Sergio Egea, que fue cesado tras sumar sólo dos derrotas en las primeras ocho jornadas (incluyendo una dura eliminación copera ante el Elche). Después del técnico argentino y tras el interinaje de rigor de Humberto, fue Periko Alonso el que tomó las riendas del conjunto blanquiazul. Con el técnico vasco a los mandos, se esperaba que el Hércules, al menos, pasase a ser un equipo más serio, más disciplinado y con más rigor defensivo. Pero no fue así. Tras dieciséis partidos, el padre de Xabi Alonso fue cesado con únicamente cuatro triunfos y con el cuadro alicantino en la UVI (estaba vigésimo a cinco puntos de la salvación).

Y a grandes males… grandes soluciones: Manolo Jiménez, el último técnico que había llevado al Hércules a Primera volvía a coger el toro blanquiazul por los cuernos. Pero esta vez era un toro embolado, que no metía miedo a nadie y que estaba pasando por uno de los peores momentos de su historia. Miguel de Cervantes lo inmortalizó en el capítulo IV de la Segunda parte del ingenioso caballero Don Quijote de La Mancha: Nunca segundas partes fueron buenas. Y esta segunda etapa en el Hércules tampoco lo iba a ser para Manolo Jiménez ni para su Sancho particular, Fernando Muro. Bajo su batuta, el once blanquiazul obtuvo solamente 16 de los 48 puntos en disputa, produciéndose el descenso matemático a Segunda División B en la jornada 40, con dos partidos todavía por jugarse. El drama se había consumado y, una década después, el Hércules volvía a salir del fútbol profesional. La inexistencia de proyecto, la “orgía” de fichajes (muchos de ellos sin demasiado sentido), el carrusel de entrenadores y la inestabilidad institucional -el club tuvo hasta tres presidentes- tocaron y hundieron al transatlántico blanquiazul. El destino había sido especialmente cruel con Manolo Jiménez, que no sólo no pudo disfrutar de lo que se había ganado en el 96 -entrenar al Hércules en Primera- sino que tuvo que asistir en primera fila al entierro de un equipo muerto casi desde el principio...