Historias del centenario del Hércules

El Hércules carga con el escudo (1999-2005)

Nuevo capítulo de la serie histórica blanquiazul elaborado para INFORMACIÓN por Enrique Moscat

El capitán Sergio Fernández celebra el ascenso tras el partido de vuelta ante el Alcalá en el José Rico Pérez.

El capitán Sergio Fernández celebra el ascenso tras el partido de vuelta ante el Alcalá en el José Rico Pérez. / Rafa Arjones

Enrique Moscat

Enrique Moscat

Embaucaba a cualquiera para conseguir sus objetivos. Ambicioso, manipulador y maquiavélico como ningún otro, Sísifo se puede considerar, sin duda, como uno de los personajes más astutos de la mitología griega. Llegó incluso a engañar por dos veces a la muerte. Ni Tánatos ni Hades pudieron acabar con él y enviarlo al inframundo para siempre. Era un artista en el difícil arte de no mojarse bajo una lluvia torrencial, de no despeinarse en un tsunami, de ejercer de turista al borde del abismo. Pero la suerte nunca es eterna. En la moneda nunca puede salir siempre cara. Quizás por esto y sobre todo por su vida nada modélica, tiempo después, el “dios de los dioses” Zeus le impuso un curioso y duro castigo: Sísifo debía empujar cuesta arriba una piedra enorme por una ladera empinada para, poco antes de alcanzar la cima, dejarla caer hasta su punto original y volverla a llevar de nuevo hacia arriba. Y lo peor era que tenía que repetir esto una y otra vez durante toda la eternidad.

Periodista, escritor, filósofo, ensayista, dramaturgo… y enemigo número 1 de los cuñados con su célebre “la necesidad de tener siempre razón es signo de mentes vulgares”, Albert Camus (Dréan, 1913) nunca fue un tipo fácil. Las calles sin adoquinar de la Argelia francesa le vieron correr tras una pelota de harapos y crecer al abrigo de la lectura de Schopenhauer y Nietzsche, con la que fraguó un carácter reservado, reflexivo y a menudo tendente al pesimismo. Camus podría haber sido un existencialista más, pero el pied-noir estaba destinado a crear su propia corriente, el absurdismo, con la que alumbraría una de sus primeras obras maestras: El mito de Sísifo. En este ensayo, el francés filosofa sobre el sentido de la vida, en torno a la futilidad de casi todo lo que hacemos en ella y sobre la necesidad -o no- de rebelarnos ante nuestro destino. Con una claridad casi exasperante, el intelectual galo toca en sus cuatro capítulos aspectos como la rutina, la desidia, la desesperanza y la aceptación de la realidad como el primer paso y único camino hacia la felicidad y la redención.

Dicho esto y habiendo llegado hasta aquí, es posible que se estén preguntando qué narices tiene todo esto que ver con aquel Hércules de los seis años consecutivos en 2ª B (1999-2005). Y si no lo habían hecho, seguro que ahora sí lo están haciendo… pues bien… entonces tienen dos opciones: quedarse con la duda o seguir leyendo…

¡BIENVENIDO MÍSTER ORTIZ? (99-00)

Casi todos los descensos son traumáticos. Y más cuando es un club como el Hércules de Alicante el que sale de la LFP para bajar al fútbol no profesional, al “inframundo balompédico”. Aún así, parecía que, esta vez sí, se habían hecho los deberes en verano. Continuaba Manolo Jiménez, que había aceptado el reto de repetir un nuevo ascenso -esta vez a Segunda- y se había reforzado bien el equipo. Llegaron seis jugadores: el lateral derecho Carlos Castro (procedente del Universidad de Las Palmas); los centrocampistas Montava (Benidorm), David Gallego (Terrassa) y Camacho (Melilla); y los delanteros Arregui (Athletic B) y el que iba con el cartel de fichaje estrella, Crescencio Cuéllar (Eibar).

Y lo cierto es que el Hércules empezó como un tiro. Primero sumó tres victorias en los tres primeros encuentros y después sólo una derrota en catorce jornadas. No estaban siendo el paradigma del buen fútbol pero los números sonreían a los de Manolo Jiménez. Basándose en la fiabilidad bajo palos de Belman, en la solidez que brindaba la pareja de centrales Stankovic-Espejo y en la magia de Conte y Gallego, los blanquiazules acabaron líderes al término de la primera vuelta y se proclamaron campeones de invierno. Todo parecía ir sobre ruedas, pero ya se sabe: desde los gloriosos 70, la Ley de Murphy se viene cebando con los alicantinos y “cuando algo puede ir mal, irá mal”. Y acabó yendo peor. La crisis económica se había agudizado de tal manera que acabó derivando en institucional. Con el club al borde de la desaparición, Enrique Ortiz aceptó la petición del entonces alcalde Luis Díaz Alperi (PP) de asumir el control total de la entidad, nombrando como presidente a su tocayo -y cuñado- Enrique Carratalá. De esta forma, y disculpen la metáfora, el Hércules salía empapado de la Bahía (Producciones) y en la orilla le esperaba con la toalla un constructor alicantino al que no le gustaba el fútbol. Más berlanguiano imposible…

Enrique Ortiz, en una imagen de archivo.

Enrique Ortiz, en una imagen de archivo. / Rafa Arjones

Dejando a un lado los terremotos de los despachos y volviendo a lo estrictamente deportivo, la segunda vuelta del Hércules Club de Fútbol no fue nada buena. En una suerte de “efecto 2000 futbolístico”, los alicantinos únicamente lograron ocho victorias y hubo que esperar hasta la última jornada de liga regular para asegurar el cuarto puesto y, con ello, la clasificación para el playoff de ascenso. Una vez allí, el sinsentido: Manolo Jiménez era despedido por vía telefónica con tres partidos aún por jugar -dos de ellos en su estadio- y con los blanquiazules todavía dependiendo de sí mismos para ascender. Y a una insólita e ilógica decisión le siguió una extraña elección, pues Ortiz nombró como sustituto del técnico extremeño al exjugador Teo Rastrojo. Pero lo cierto es que daba igual que hubiera sido Rastrojo, Vujadin Boskov o Rinus Michels: aquel Hércules ya no tenía arreglo y en la siguiente jornada, tras caer ante el Xerez (1-3), se quedaba matemáticamente sin posibilidades de ascender. Sísifo ya empezaba a cargar con la piedra...

EL ESCUDO PESA COMO UNA ROCA (00-04)

Tras la primera gran decepción, la era Ortiz prosiguió con cuatro nuevos intentos infructuosos de escapar de la Segunda División B. Cuatro años por los que pasaron, con mucha más pena que gloria, setenta y nueve futbolistas y siete entrenadores. Vistieron la blanca y azul jugadores que acabaron siendo importantes como Sergio Fernández, Álvaro Cámara, Sergio Mora o el canterano Miguel De las Cuevas. También algunos que resultaron ser auténticos fiascos como Sabas, Chupa López o el uruguayo Gabriel Correa. Asimismo, se vivieron varios cambios en la dirección deportiva y los adioses definitivos de algunos mitos del herculanismo, como el serbio Josip Visnjic, Manolo Alfaro o Paquito (este por lesión). Y toda esto se tradujo, a nivel clasificatorio, en un pésimo 11º lugar en la campaña 2000-2001, en la que ni Corominas primero ni Carbonell después fueron capaces de encontrar la tecla; una tercera posición y el pasaporte al playoff en la 2001-2002, donde el Terrassa se encargó de reducir a cenizas las esperanzas de ascenso de los de Felipe Miñambres; y otro undécimo puesto en una temporada 2002-2003 en la que, a falta de emociones fuertes en clave positiva, lo más destacado fue la horrible lesión de Jacinto ante el Elche.

Sergio Fernández y Álvaro Cámara encabezan un entrenamiento del Hércules.

Sergio Fernández y Álvaro Cámara encabezan un entrenamiento del Hércules. / David Costa

Mención aparte merece el curso futbolístico 2003-2004, en el que se renovó prácticamente toda la plantilla y se vendió como una especie de propósito de enmienda. En el verano de 2003, nada más y nada menos que dieciocho futbolistas estamparon su firma en las oficinas de Foguerer Romeu Zarandieta y José Carlos Granero fue nombrado entrenador. El técnico valenciano aunaba el pedigrí -había entrenado con cierto éxito al Levante en Segunda- y el carácter suficiente para llevar las riendas de un club tan complicado como el blanquiazul. No parecía una mala elección en absoluto. Además, el cesto tenía buenos mimbres, con lo que el objetivo de ascender sí o sí en el quinto intento era realista. Pero no. Tampoco. Aquí sí iba a haber quinto malo. El Hércules fue víctima de una primera vuelta lamentable, en la que fue incapaz de ganar en casa, acabando decimocuarto, a sólo 3 puntos del descenso directo y a 13 de los puestos de arriba. En la segunda vuelta mejoró algo los números, sobre todo en casa, pero sólo fue capaz de vencer dos veces a domicilio. Al final, triste noveno lugar, con la dura certeza de que, cual Sísifo, había que seguir cargando con el peso de su escudo -o de la roca- por los tortuosos campos de Segunda B. La penitencia tenía que continuar.

REBELIÓN Y REDENCIÓN (04-05)

La campaña 2004-2005, la sexta consecutiva en 2ª B, empezaba marcada por la difícilmente comprable continuidad de Granero -en lo que parecía una apuesta personal del director deportivo Javier Subirats- y por una ansiedad que se extendía como hiedra venenosa entre la masa social blanquiazul. Pese a ello, el Hércules empezó sorprendentemente bien y se situó colíder junto al Alicante Club de Fútbol en la jornada 9. Sin embargo, tras dos derrotas y un empate, el exlevantinista fue fulminado. Tres semanas después era Juan Carlos Mandiá el que se sentaba en el banquillo de los del Rico Pérez. Mandiá, un técnico sin apenas experiencia como primer entrenador, se iba a encontrar con un club que malvivía en la UVI del fútbol entre el olvido y la memoria y con una afición que había agotado la última gota de paciencia. Pero también con una buena plantilla, llena de jugadores de calidad, lo que podía ser sinónimo de un buen presente. No en vano, a los que estaban ya en nómina desde años anteriores -Sergio Fernández, Cámara, De las Cuevas, Merino o Nano, entre otros- se habían unido buenos futbolistas como Julián Palacios (llegado del Castellón), “el coleta” Jordi Martínez (Mataró), Jordi Tarrés (Sabadell) y cuatro que vinieron de una tacada procedentes del Valencia: el meta francés Butelle, el central Carlos Pérez, Sisi y el “retornado” Vicente Verdejo. Era evidente que aquella temporada había argumentos más que suficientes para evitar un nuevo desaire de la historia.

Javier Subirats, director deportivo en la temporada del ascenso del Hércules.

Javier Subirats, director deportivo en la temporada del ascenso del Hércules. / A.J.

Pero Mandiá y sus chicos no empezaron demasiado bien que digamos y sólo sumaron seis puntos en los seis primeros partidos. Y al séptimo esperaba un Alicante que se vestía de líder intratable. Todo parecía estar en contra. Todo hacía pensar que aquel año iba a acabar como en los cinco anteriores. Pero no. Aquel equipo estaba hecho de otra pasta y lo demostró ganando a los celestes (1-2) con goles de Carlos Pérez y Merino, en un gran partido de los blanquiazules, que ya tenían licencia para empezar a creer. Hay quien dice que sólo se puede optar a ser un buen caballo de carreras cuando ganas al menos una. Pues aquel Hércules ya tenía la primera en el bolsillo. El resto de jornadas hasta el final de la liga regular sirvieron para constatar que el triunfo en el derbi no había sido flor de un día, pues los herculanos sumaron 36 de los 48 puntos posibles. El rigor táctico (con especial hincapié en la estrategia), un cóctel perfecto experiencia-juventud y, por encima de todo, devolver la fe a los jugadores había catapultado a los Mandiá Boys al segundo puesto y, con ello, al playoff de ascenso. ¿A la sexta sería la vencida?

En la semifinal toco en suerte como rival el Ceuta. En el partido de ida, disputado en el Municipal Alfonso Murube, un gol de Álvaro Cámara sirvió para que el Hércules CF venciese por la mínima (0-1) y para encarrilar la eliminatoria. En la vuelta, ante un público entregado, los alicantinos volvieron a ganar a los ceutíes, esta vez con suficiencia (2-0), en un gran partido de Sisi. Con los norteafricanos fuera de combate, ya sólo quedaba superar el escollo del sorprendente RSD Alcalá. La final ante los alcalaínos se veía como una gran oportunidad -y largamente esperada- para volver a Segunda División. El Hércules era el favorito sin discusión y ya en el primer choque en tierras madrileñas lo dejó claro. En un día que se recordará por el masivo desplazamiento de seguidores desde la capital de la Costa Blanca (más de dos mil), por las numerosas tanganas durante el partido y por la infame pelea entre las dos aficiones en el césped al término del mismo, el conjunto blanquiazul noqueó a los locales (1-3) y puso pie y medio en el fútbol profesional. Mandiá alineó aquella tarde al que había sido su equipo tipo en los últimos partidos. O sea, a Butelle; Castro, Sergio Fernández, Carlos Pérez, Vicente; Álvaro Cámara, De las Cuevas, Sisi, Nano; Jordi Martínez y Kiko Ratón. Y sus hombres de confianza no le fallaron. Desde el pitido inicial, los jugadores del Hércules salieron a ganar y, fruto de su ambición y mayor calidad, se sucedieron las llegadas al área rival. Corría el minuto 25 cuando Kiko Ratón remataba de cabeza a la red un centro medido de un exquisito Miguel De las Cuevas. El 0-1 ponía contra las cuerdas a un Alcalá que no sólo se veía incapaz de empatar sino que le costaba sangre, sudor y lágrimas tratar de llevar la iniciativa del choque. Llegados al descanso, visto el juego de unos y otros, la derrota mínima se antojaba hasta un buen resultado para los locales.

Ya en la segunda mitad, el guion apenas cambió. Quiero y no puedo alcalaíno y demostración de empaque y hechuras de gran equipo en los visitantes. Ante esto, el 0-2 estaba mucho más cerca que el 1-1. Hubo que esperar únicamente ocho minutos, cuando un libre directo lanzado por Álvaro Cámara -imperial durante todo el playoff- se alojó en las mallas de un desesperado Leal. Un golazo en toda regla que ponía más distancia en el marcador (0-2). La piedra gigante ya pesaba mucho menos…

El partido estaba ya visto para sentencia pero aún habría dos goles más en la recta final. Uno para cada contendiente. Por el Alcalá marcaba Del Moral a la salida de un córner mientras que Nano se encargaba de cerrar el marcador al transformar un penalti. Con el pitido final del colegiado Gardeazábal Gómez y la victoria herculana por 1-3, se lo pueden imaginar: toneladas de alegría desbordada en la hinchada alicantina y de frustración en la madrileña. Contraste de emociones que dejó un balance de varios hinchas detenidos por incidentes violentos, unos cuantos autobuses apedreados y algunos coches con matrícula alicantina tuertos de un faro. Pero, más allá de estos hechos, el 1-3 significaba que se había puesto pie y medio en la Liga de Fútbol Profesional. Sólo quedaba rematarlo en el partido de vuelta en Alicante. Y así ocurrió. Una semana después, ante las cerca de treinta mil almas que llenaban las gradas del Rico Pérez, los blanquiazules ponían el medio pie que les faltaba: 1-1, fiesta de la afición (invasión del terreno de juego incluida) y, tras seis temporadas en la categoría de bronce, ya se podía gritar a los cuatro vientos: el Hércules volvía a ser equipo de Segunda División. El cuadro alicantino había tardado un sexenio en darse cuenta que ninguna camiseta, por muy histórica que sea, jamás puede ganar un partido por sí sola en la corrosiva Segunda B. Habían sido seis años sin saber vivir sobre la línea divisoria que va de la grandeza al esperpento, arrastrando el escudo por esos campos del fútbol de barro, sin cortar la fuga de dignidad y amor propio… Tras seis largos años en el inframundo del esférico, el Hércules no sólo había retornado a la categoría de plata sino que, lo más importante, había soltado la roca gigante y encontrado su redención… Por fin.