Opinión

Ultraderecha y marrullerías

Tras las europeas, habrá realidades que seguirán sin explicación

El líder de la ultraderecha en Países Bajos, Geert Wilders, vota en las elecciones europeas.

El líder de la ultraderecha en Países Bajos, Geert Wilders, vota en las elecciones europeas. / AP

A las puertas de las enésimas elecciones volvemos a leer sesudas reflexiones de lo que puede pasar, editoriales aventurando los resultados que pueden inclinar la balanza hacia uno u otro lado y los escenarios que marcarán las tendencias para los hipotéticos comicios venideros si sucede una cosa o la contraria. Sea lo que sea, nos ayudará a entender la coyuntura política y social y, en esta cita europea, además, nuestra posición en el contexto internacional. Comprobaremos la fuerza de la ultraderecha y la resistencia de la izquierda, entre otras cosas, pero ocurra lo que ocurra habrá realidades que continuarán sin explicación aparente como la facilidad de las generaciones de jóvenes mejor formadas y acomodadas para convertirse en un caladero de votos para el populismo y en presas fáciles de la marrullería.

En los últimos años hemos visto, elección tras elección, cómo ha ido creciendo y afianzándose este fenómeno para sorpresa de una gran mayoría. Hemos pasado de la entrada de fuerzas de extrema derecha en los parlamentos a su llegada a los gobiernos. En España, el PP les ha abierto las puertas de varias instituciones autonómicas y municipales para controlar aquellas áreas que les interesaba, como la agricultura, y ha aceptado discursos excluyentes en materia de memoria democrática o violencia de género e inmigración. Lo mismo han hecho en otros países europeos como Hungría e Italia desde la presidencia del gobierno o en coaliciones en Croacia, Finlandia o Eslovaquia. Ya nadie habla de cordones sanitarios y aquellos que lo intentaron como Países Bajos y Suecia han desistido tras los golpes de las urnas. El dominio y conocimiento profundo del funcionamiento de las redes sociales, la desinformación y el malestar generalizado con asuntos sensibles como la inmigración o la corrupción han sido el caldo de cultivo perfecto para la progresión ascendente de estos movimientos radicales. Empezaron con perfil bajo, pero rápidamente fueron sacando pecho hasta marcar el discurso de toda la derecha y obligar a otras formaciones más moderadas, como aquí el Partido Popular, a entrar en su juego en determinados ámbitos. Han acaparado la atención de los medios y han recuperado discursos fascistas con el aplauso y reconocimiento tanto de aquellos veteranos que han guardado silencio tras la llegada de la democracia pero siempre han sentido nostalgia de tiempos pretéritos como los jóvenes que sin conocer las dictaduras del siglo XX han conectado con su supuesta clarividencia. Y para los que ya estén pensando en señalar al sanchismo como responsable conviene recordarles que fuera no hay tantos Pedros a los que echarles la culpa.