Opinión | LA SUERTE DE BESAR

Carta a mi operador de telefonía móvil

Una joven manda mensajes a un amigo desde su móvil.

Una joven manda mensajes a un amigo desde su móvil. / EP

Me gusta la política de devoluciones de unos conocidos grandes almacenes. Se resume en: pongamos las cosas fáciles. Si compras algo y no te gusta o te arrepientes, te lo cambian por otra cosa o te devuelven el dinero. Sin problemas, ni preguntas, ni cejas arqueadas, ni formularios, ni morros, ni complicaciones, ¡ni burocracia! Gracias, amigos. Un portal de comercio electrónico hace lo mismo. Es (demasiado) fácil comprar y devolver es simplísimo. Si mi operador de telefonía móvil copiase un poquito, sólo un poquito, la facilidad para cancelar una relación comercial, les daría un beso.

Para bien o para mal, le soy muy fiel a mi perfume y a la empresa suministradora de canales de televisión, Internet y líneas telefónicas. Al primero, porque el olor personal es una seña de identidad y no estoy yo como para cambiarla cada dos por tres. Al segundo, porque más vale malo conocido que bueno por conocer y porque soy perezosa. Tengo amigos que controlan cuándo darse de alta de una oferta y cuándo darse de baja para recibir un mejor trato. Saben que, si amenazan con cancelar su relación contractual, les ofrecerán una tarifa más económica y, encima, les regalarán un teléfono. Su estrategia es dar una de cal y otra de arena y el resultado es que se ahorran mucho dinero a final de mes. Yo no pertenezco al clan de estrategas ganadores. Soy una perdedora en mayúsculas.

Como no quiero ser menos que Pedro Sánchez, que le ha pillado el gusto a eso de enviar cartas, he decidido escribirle unas líneas a mi empresa suministradora y compartir mis miserias. Hace dos años, mi hijo me pidió que le regalara la experiencia de ver el fútbol en casa. Había una ofertilla estupenda que contraté en, ojo, sólo dos minutos. El verano pasado intenté cancelar la suscripción, pero me sedujeron con una contraoferta y yo, por cansancio, debilidad o porque en ese momento pasaba el aspirador y no prestaba atención, claudiqué. Otro año más y la cuota subiendo como la espuma. Hace una semana me prometí no ceder ante la adversidad y conseguir mi cometido. Respiré hondo e intenté hacer la gestión a través de la aplicación, imposible. ¿Página web? Tampoco. En un WhatsApp me comunicaron que esa acción sólo podía realizarse por teléfono. Invertí mi pausa del café matutino compartiendo mis motivos con una máquina, que me mantuvo a la espera durante treinta minutos. No logré mi objetivo, pero tenía clara mi misión y fui a una de sus tiendas. No hay nada como el trato humano y el cara a cara, pensé ilusa de mí. «Sólo por teléfono», me dijo su compañera. «¿Y si quisiera contratar un servicio?», pregunté pícaramente. «Se lo haría en un plis plas», contestó. Pues eso. Tras treinta y siete minutos escuchando una canción en bucle y una locución donde me informaban estar satisfechos con mi llamada, y al borde de unas lágrimas que eran mezcla de frustración y satisfacción, logré cancelar el paquete del fútbol.

En el uso de mi derecho a darme de baja de un servicio contratado con su empresa, querido operador, ustedes le han robado a mi vida más de una hora. A pesar de todo, al despedirnos, intentaron venderme una alarma y que calificara su atención. Eso es sí es fango.

Atentamente, una servidora.