Opinión

Las mujeres y la generación sándwich: las que sostienen los cuidados

Los cuidados han sido atribuidos a las mujeres a lo largo de la historia

Imagen de una mujer mayor frente a su cuidadora.

Imagen de una mujer mayor frente a su cuidadora. / INFORMACIÓN

Que la carga de los cuidados domésticos y familiares recae principalmente en las mujeres es un tema del que hemos ido hablando y denunciando regularmente. Sin embargo, esta realidad, que aparentemente está siendo transformada o -siendo más realistas- matizada por las políticas públicas de igualdad y los cambios culturales a raíz del impulso feminista, permanece y presenta nuevas formas más complejas y asfixiantes -si cabe para- las mujeres.

La generación a la que llamamos sándwich es aquella que se está haciendo cargo simultáneamente de hijos/as y padres y madres (u otros familiares adultos) a la vez. Tanto puede ser a nivel económico como a nivel de cuidados en general. En la práctica hablamos específicamente de las mujeres de la generación sándwich. Y en lo concreto hablamos también de un sistema de cuidados públicos que no es universal y que recae principalmente en las mujeres. ¿Por qué? Los cuidados han sido atribuidos a las mujeres a lo largo de la historia. La división sexual del trabajo (es decir la diferenciación de roles sociales de mujeres y hombres), y la institución familiar son los pilares fundamentales sobre los que se sustenta la sociedad patriarcal capitalista. Desde este marco social hegemónico la familia debe ser la institución proveedora de cuidados por excelencia -supuestamente por amor- y dentro de la familia es en las mujeres sobre quien recae está obligación en forma de mandato. Este enclave ideológico ha permitido que los gobiernos y el Estado se desentiendan de la responsabilidad de ser el principal garante de los cuidados de la ciudadanía y que el sistema siga funcionando.

¿Qué consecuencias ha tenido esta inhibición de la responsabilidad pública? Si bien el análisis debe tener en cuenta muchos factores que no alcanzaré a detallar, sí que es importante entender el sesgo de género en las consecuencias de este modelo social. Por un lado, muchas mujeres se han visto obligadas a retrasar la decisión de la maternidad en un contexto de precariedad laboral como el actual por no tener medios económicos ni apoyos en los cuidados para sustentarla. Hemos remitido esta responsabilidad a la individualidad. En el mejor de los casos esa maternidad más tardía ha permitido un cierto equilibrio vital. Pero, por otro lado, tampoco el Estado garantiza los cuidados de las personas mayores dependientes y se espera -también de las mujeres- que se ocupen de estos cuidados de personas de generaciones anteriores que, además, han ampliado su esperanza de vida gracias a los avances médicos -entre otras cuestiones-. Todo ello acaba configurando una realidad que sitúa a muchas mujeres en un escenario de cuidados a dos bandas difícilmente compatible con la vida en general y aun menos con una vida que, en nuestra sociedad, está presidida por el trabajo productivo. La hipocresía máxima emerge cuando pagamos, individualmente, privadamente, precariamente y a menudo irregularmente, a mujeres immigrantes para que hagan el trabajo de cuidados del que los gobiernos no se hacen responsables.

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