Opinión | MACONDO EN EL RETROVISOR

Abramos la veda de los gamusinos

El aburrimiento, lo dicen los expertos, obliga a los pequeños a aprender a desarrollar tolerancia ante experiencias no siempre divertidas, todo un adelanto de lo que puede ser en un futuro la vida adulta

El calor y los juegos de verano

El calor y los juegos de verano / Áxel Álvarez

El verano en mi memoria huele a las bolas de alcanfor, que mi madre ponía en la ropa para preservarla en cada cambio de temporada, a cloro y a la hierba recién cortada de la piscina de mi pueblo. Sabe a cerezas, a sandía y a tostadas con aceite y tomate para el desayuno. Pero sobre todas las cosas, lo que más recuerdo de aquellos periodos estivales de mi niñez es la sensación de libertad; aquel cheque en blanco de horas interminables y a la vez efímeras, en las que había tiempo para todo, incluso para ese ejercicio delicioso y necesario de aburrirse y de ser mandado a cazar gamusinos.

Para quienes no los conozcan, los gamusinos son unos animales imaginarios, que en mi tierra sirven para gastar bromas a niños o a jóvenes forasteros, que llegan de visita. Los mayores los mandan en su busca, cuando éstos se quejan de tedio o de no saber qué hacer, y el asunto da para infinitas preguntas, especulaciones y muchas, muchas risas.

Somos incontables las generaciones que caímos en la trampa de este misterio, que nos regaló interminables aventuras; y, más tarde, batallitas que contar sobre nuestros intentos de averiguar el paradero y el aspecto de esos bichos, que en nuestro imaginario rural, eran tan míticos o más que los ahora manidos unicornios. Y sin embargo, mucho me temo que cada vez están más en peligro de extinción.

Estos días millones de niños y adolescentes en España estrenan vacaciones y cada vez menos de ellos tienen tiempo o curiosidad para perseguirlos. Por muchos y múltiples motivos, aunque quizás el principal, es porque el hastío es un estado aparentemente intolerable en muchos hogares. Es más, los pequeños de la casa tienen una agenda en julio y agosto, bastante más apretada que un ministro.

El tedio es el enemigo a batir y para ello se desata es esta época cada año lo que el Club de las Malasmadres llama con mucha retranca los juegos de la conciliación, que básicamente consisten en apañárselas para organizarle la vida a nuestros hijos durante estos dos meses, minuto a minuto, para poder seguir con nuestras vidas y nuestro trabajo sin perecer en el intento.

Campamentos, cursos y, para qué nos vamos a engañar, mucho tiempo delante de diferentes pantallas, parecen ser la fórmula más extendida para lograr la cuadratura del círculo. Porque impensable es, por supuesto, que estén desatendidos o mirando a las musarañas, como acostumbrábamos a hacer nosotros de chicos.

Aquellos momentos de tedio y calor en los que a menudo inventábamos las historias y los juegos más disparatados y divertidos. A veces mientras nos obligaban a echarnos esas siestas, que tanto odiábamos entonces, sin saber que algún día las desearíamos como agua de mayo.

El aburrimiento, lo dicen los expertos, obliga a los pequeños a aprender a desarrollar tolerancia ante experiencias no siempre divertidas, todo un adelanto de lo que puede ser en un futuro la vida adulta. Pero, además, es un acicate poderoso para su imaginación, les ayuda a desarrollar estrategias de planificación, habilidades para resolver problemas, flexibilidad y creatividad.

Nuestros abuelos y nuestros padres lo tenían bien claro, sin necesidad de escuchar o leer sus recomendaciones. Inspirados, o más bien obligados, por el sentido común, las responsabilidades, y una forma de vida que muchos han dado por superada. Aunque paradójicamente los últimos estudios y las nuevas generaciones, tengan cada vez más claro que la única salida a los problemas actuales sea precisamente volver a esos orígenes y rescatar, sus costumbres y sus biorritmos.

Porque lo obvio, aunque intentemos ignorarlo, es que no lo estamos haciendo mejor ni por asomo. Las tasas de ansiedad y depresión entre adolescentes se han disparado un 50%, desde el año 2010. Y uno de cada 10 niños y jóvenes (de los 293 millones que hay repartidos por todo el mundo) han desarrollado desde entonces algún tipo de trastorno mental, según un estudio publicado por la revista JAMA Psychiatry.

Nadie sabe muy bien señalar los motivos objetivos que nos han llevado a esta deriva, pero está bien claro que la fórmula actual no funciona y que las nuevas generaciones necesitan algo más que actividades sin fin, tabletas, móviles y videojuegos, para su desarrollo y bienestar.

Volvamos a abrir la veda de los gamusinos. Dejemos que los niños se aburran, que sueñen despiertos y persigan criaturas fabuladas, armados de paciencia y concentración. Que el estío vuelva a ser pausado y perezoso, lleno de certidumbres y posibilidades. Feliz verano.

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