Opinión

Inmigración, niños y ética

Más que náusea dan tristeza como decía Aute. Vergüenza como seres humanos debemos sentir todos, de ambos lados del tablero, viendo cómo se juega a la política con niños, que lo son, sin familias, sin patria, sin recursos, sin presente y sin futuro. Abandonados muchas veces por sus padres que no pueden ni siquiera alimentarlos, condenados al hambre, a vagar por la vida sin esperanza de que ésta les ofrezca lo indispensable para pasarla con un mínimo de dignidad, expulsados o no recogidos por sus países. Acostumbrados muchas veces desde su nacimiento a hallar cobijo y sustento en cualquier forma por instinto de supervivencia.

No todo es política o no debe serlo. Hay cosas que dan razón de ser a aquella y estas son las que evitan que la política se reduzca a pura ambición.

Los menores extranjeros no acompañados (niños) merecen el trato debido a todo menor, garantizado por leyes nacionales e internacionales que la semana pasada exponía Manuel Desantes de forma exhaustiva y que obligan a todos. Frente a la falta de sentimientos elementales, de respeto a la ley cuando ésta ordena lo que la miseria moral niega, debe imponerse la legalidad a la vacuidad ética. Frente a ideologías, políticas y religiosas, expresamente negadas por los actos de sus seguidores, es la ley la que debe primar. Cada cual es dueño de exhibir sus propias contradicciones, sus apariencias y falsas convicciones, su desprecio al prójimo, incluso al desahuciado sin recursos y sin edad para alcanzarse el sustento, la educación, un techo, cariño debido al hermano. Pero ante la ausencia de pudor, ante la estulticia, la anteposición de argumentos vacíos de alma que pueden solucionarse con medios, hoy muy escasos, solo cabe el rechazo más absoluto. No se puede ser católico mostrando indiferencia o repudio al desahuciado y quien crea lo contrario, yerra.

Cierto es que no tenemos una política de inmigración, como sucede en toda Europa una vez las fronteras caen al compás del conocimiento por los pobres de que existe un mundo mejor que ha vivido durante siglos a su costa. Y cierto es que se juega con la vida de quienes vienen dejando sus hogares, sus familias y sus ancestros para ocupar aquí los trabajos peor pagados, los que no queremos quienes solo por el azar del nacimiento pensamos que gozamos de derechos superiores; no basta con ellos ofrecer caridad mientras los culpamos de males que nuestra propia sociedad engendra. Política interesada, estrategias ante una sociedad educada en la confrontación por sembradores del odio, la indiferencia hacia el otro, la falta de respeto al hermano, el cómputo de éxitos basados en el sufrimiento de seres humanos, incluyendo a menores a los que aprender en valenciano, por ejemplo, les resulta cuanto menos una burla. Invertir en cosas muy inferiores al hombre en sí mismo considerado es una ofensa a la condición humana.

Esta semana Vox ha presentado unas credenciales que solo desde la táctica se pueden entender, la ambición por el poder, la visión de una sociedad fragmentada dividida entre parias y sujetos con derechos por nacimiento. Detrás solo hay eso y el cómputo amargo de un país confrontado que se alinea con quienes venden humo y señala enemigos, en este caso niños desamparados que son identificados como delincuentes y a los que se utiliza como vulgar mercancía para la compra de votos que solo pueden prestarlos quienes carecen de convicciones y venden públicamente sus odios y miedos. Votos marcados por una decisión que, además de ilegal, es moralmente repudiable si se valora desde los derechos humanos y la dignidad. Doscientos menores no justifican racionalmente un golpe tan expreso, detrás del cual solo hay estrategia asentada en el frío del alma hueca.

Frente a este acto expreso de ausencia de valores esenciales, de uso de menores para fines espurios se alzarán con seguridad unos y otros buscando un beneficio inmediato medido en términos de rentabilidad política. El respeto al débil tendrá un significado que retratará la sociedad que hemos construido. Sólo desde esta perspectiva se entiende que, hoy Vox y antes y mañana otros, se atrevan a comportamientos tan repudiables. Todo vale y es usado si se consigue lo perseguido. Y nadie es capaz de imponer límites insuperables, comunes, inherentes a la condición humana, no meramente definitorios de una opción solo aparentemente ideológica. El humanismo, génesis de nuestra civilización anclada en los valores judeocristianos, tiene suficientes elementos para conformar esos límites y esas reglas que rijan la convivencia.

La inmigración es un drama que ha de ser afrontado desde esas bases éticas y la formación en valores asentarse en ellas. No todo es economía y no todo es rentabilidad política cuando ambas chocan con la esencia del ser humano. Un pacto sobre inmigración es necesario, aunque sea para impedir que los sembradores del odio campen por sus respetos y para enseñar a los muchos patriotas que la gran patria es el mundo, que Dios no es español y de derechas, que todos los seres humanos somos hermanos porque venimos del mismo padre, que estamos condenados a perecer y estamos solo de paso, que no somos mejores que los que nada tienen, que el esfuerzo de estos es muy superior hoy al que se nos exige en la sociedad subvencionada que rechazamos ante la más mínima ayuda dirigida a los realmente necesitados. Que tienen derecho a la salud, a la educación, al respeto. Y que el Estado tiene que invertir en lo que es el elemento identificador de una sociedad que proclama la igualdad y la fraternidad, anteponiendo estos objetivos a otros más particulares y minoritarios.

Siéntese y sienten las bases de la convivencia en un mundo que ya no va a ser el de antes y que solo puede tener como base la igualdad y la fraternidad.