Opinión | Tribuna

En Collioure 2024

La tumba de Antonio Machado en la localidad francesa de Collioure.

La tumba de Antonio Machado en la localidad francesa de Collioure.

Entre tanta guerra, conflictos, tsunamis políticos y peleas múltiples, en torno al epicentro de este tórrido estío ha surgido una noticia simpática, refrescante, curiosa: los franceses han designado Collioure como su pueblo preferido en 2024. Ha sido en el foro de un concurso televisivo, que anima Stéphane Bern, pero poco importa, por la significación que este nombre tiene allende la frontera gala, en lo que a la parte del sur corresponde.

Todos conocemos este topónimo, al menos a partir del disco de Serrat, que le dedicó una canción en su obra maestra sobre los versos de Antonio Machado. Un trabajo imprescindible, aunque luego se haya valorado Mediterráneo como el gran disco del siglo XX. Cualquiera de los dos habría sido oportuno.

Estaba en Carcassonne y el cuerpo me pedía ir a Collioure. Cogí el tren hasta Perpignan y hasta tuve una hora libre para recorrer el centro, precioso por cierto, aunque no queda ni rastro de las librerías donde los españoles se abastecían en una época de literatura prohibida. No sólo de carne sino también de filosofía, literatura, etc., y por supuesto de cine. El último tango en París, por citar un ejemplo, ocasionaba colas en la frontera a su término.

Un trenecito me condujo hasta el destino final y la primera parada, evidente, fue en el recóndito cementerio, donde destaca por encima de todo la tumba de Antonio Machado y su madre doña Ana Ruiz. Historia de una tragedia, muestra de la estupidez humana. A Lorca lo mataron y a Machado y a Miguel Hernández: no hace falta disparar un tiro para liquidar a alguien.

Fue un momento emocionante, aunque estaba solo. Algún grupo escolar pasó por el exterior, de visita, pero el camposanto es destino de los españoles y de las familias de los finados enterrados. Banderas, mensajes, cirios pascuales, claveles, flores... Simbólicos y entrañables homenajes al poeta.

La sorpresa fue en el exterior. Un pueblo increíble, inesperado, entre las rocas montañosas de las estribaciones de los Pirineos, con un puerto exiguo, pero encantador, que en cierto modo me recordó La Rochelle, al otro lado del hexágono. Recorrí las calles, visité la playa; era un cinco de mayo y solo había una turista tomando el sol, y saboreé un helado del que hasta guardo la foto.

El regreso resultó animado. Fue mi estreno con el coche compartido, eso que se llama bla y algo más: una francesa de setenta y tantos con un Twingo que iba a 130 por la autovía, con mi cabeza a la altura de las ruedas de la caravana de tráilers españoles que se dirigían hacia el norte. No sabía dónde agarrarme y la señora me preguntó: Avez-vous peur? (¿Tiene usted miedo?). Nooo, nooo, contesté.

La verdad es que llegamos sin novedad a Carcassonne, donde cogí el bus hacia Villemoustaussou, que está al lado mismo, y donde por primera vez en mi vida un joven me ofreció su asiento... ¡Muchas emociones para una jornada inolvidable! n