Los barcos cuajados en sal de "El Gavilán" y "El Pijote"

Miguel Pérez y Manolo Sala, los únicos que continúan la tradición de la artesanía salinera de Torrevieja, realizan el primer intento de cuaje de la temporada, sumergiendo 150 veleros elaborados por ellos mismos y alumnos del CEIP Inmaculada

Loreto Mármol

Loreto Mármol

Manolo Sala -"El Pijote"- y Miguel Pérez -"El Gavilán"-, los dos únicos vecinos que siguen la tradición de la artesanía salinera de Torrevieja, han realizado el primer intento de cuaje de la temporada. Los barcos cuajados en sal se han convertido en todo un símbolo de la localidad.

Los maestros salineros dieron hace una semana un primer baño a las maquetas, lo que en el argot salinero se conoce como "ensalitrar", según explica la historiadora Ana Meléndez en su página de Facebook sobre el patrimonio cultural y la biodiversidad de las lagunas de Torrevieja y La Mata, que ha narrado a pie de laguna todo el proceso -el acceso a las instalaciones salineras solo se puede realizar con la autorización expresa de la empresa arrendataria Salins-.

Así, Sala y Pérez esperaron a que se dieran las condiciones idóneas, tanto de salinidad como de temperatura y viento, para una vez secas volverlas sumergir en la laguna rosada.

Este oficio de artesanía único de la laguna torrevejense, que algunos datan a mediados del siglo XIX, es complejo. Los maestros artesanos, que superan los 70 años y llevan medio siglo con esta práctica, deben sumergirse en salmueras hasta la cintura, además de saber manejarse sobre la capa de sal del fondo, para ubicar las maquetas e ir comprobando si se cuajan, en función de las condiciones atmosféricas.

En total, "hundieron" 150 barcos, que suelen estar hechos con cañas, madera y tela. Ellos mismos han elaborado más de un centenar, mientras que 30 corresponden al trabajo de alumnos del CEIP Inmacualda, el único colegio de la localidad que lleva realizando esta actividad durante el curso desde hace 29 años.

Ya solo quedaba que el viento, preferiblemente de Levante, se confabulara para el resultado. Sin embargo, el primer intento de cuaje fue fallido. La sal cristalizada, que recubre las maquetas, no era la óptima: el grano de sal era blando, tenía imperfecciones y la capa que debe cubrirlas era todavía fina.

Sala y Pérez no tuvieron más remedio que sacar las tablas a la superficie y dejarlas escurrir entre las barras de sujeción. Dentro del agua, fueron "espolsándolas" una a una para que se desprendiera la sal.

El siguiente paso fue quitar las imperfecciones -o púas- con una brocha, y así en cada hilo que simula la arboladura de los barcos.

Después, los artesanos aseguraron las tablas y las barras con cuerdas para dejarlas durante una noche a la intemperie en un intento por que la humedad fije los granos de sal a las estructuras.

Al día siguiente, con el pronóstico de un viento favorable, volvieron a sumergir las tablas, pero tampoco hubo suerte. El viento solo duró unas horas.

Así, han tenido que sacar todos los barcos -menos los del colegio en un intento de salvarlos-, descuajarlos -o quitarles la sal- con agua dulce para guardarlos a la espera de que se vuelvan a dar las condiciones necesarias para volver a repetir el proceso, con una salinidad adecuada, y que esta vez -esperan- los veleros cuajen en sal.

A buen seguro la tradición se mantendrá viva entre los niños y a través de Vicente Martínez, profesor de la Escuela Municipal de Artesanía Salinera, que tomará el relevo generacional.

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