Opinión | La pluma y el diván

Sátira de los importantes

Sátira de los importantes

Sátira de los importantes / INFORMACIÓN

Son muchos los simuladores de pacotilla que pretenden dárselas de arrogantes atareados mediante artimañas de toda índole y condición, de la que cabe destacar, por más utilizada y peregrina, la de no ponerse al teléfono cuando lo llaman.

La secretaria o el secretario de turno responde al interesado aquello de «Don importante está reunido», a lo que el estupefacto escuchante de mensaje tan críptico nunca sabe qué responder. Al final, el pobre solicitante telefónico acaba diciendo aquello de «dígale, por favor, que lo he llamado», sabiendo con certeza meridiana que ese mensaje caerá en saco roto.

¿Los importantes nacen o se hacen? Esta es una de las cuestiones que puede adentrarnos en la idea de que una persona es capaz de transformarse en virtud de sus ocupaciones, siempre y cuando éstas, estén avaladas por un grado de poder relativo que le infunda ese sentimiento de importancia.

Los importantes que nacen son aquellos que desde antes de venir a este ditirámbico mundo ya están señalados con el estigma, por tratarse de personas de alta alcurnia que no necesitarán hacer méritos para ganarse el Don, por eso son menos recalcitrantes y mucho más empalagosos, que los que tienen que trabajar duro por escalar las mieles de la importancia a base de ir construyendo redes de poder.

A lo largo de la vida vamos conociendo y coincidiendo con personas que sufren la mimetización camaleónica de ocultarse tras el telón de la importancia. Ejemplos los hay a mansalva. El chiquilicuatro del quinto izquierda que nos ha estado dando la vara día tras día y al que hemos evitado para impedir sus delirios, se convierte, de pronto, en el presidente de la comunidad de vecinos y se hace inaccesible con tal rapidez que nos resulta increíble.

O el desquiciante amigo plasta que se presenta a las elecciones municipales y se apoltrona en su sillón de concejal para desgracia de los que lo conocimos como anónimo sin futuro y ejerce su nuevo poder despreciando y ninguneando a propios y extraños.

Es impropio de sabios y humildes esconderse de los semejantes. Los lerdos caen en la trampa de saborear la falsa soberbia que les proporciona camuflarse de señores valiosos, destacados y sobresalientes, apagando los contactos con los subalternos y con todo aquel que pudiera hacerle sombra.

Si alguna vez llega a ser un Don Importante, no olvide sus orígenes porque es muy sencillo acabar en el otro extremo de la cuerda y que el solícito interlocutor telefónico acabe colgando el teléfono convencido de que es usted un Don Nadie.