Opinión | La pluma y el diván

Sobre la impredecibilidad

El negocio de la salud mental: boom de las plataformas de psicología ’on-line’.

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Hay palabras que bien pueden marcar el curso de la historia y la impredecibilidad puede ser una de las más destacadas, porque en realidad el curso de lo que ha de venir está determinado por lo impredecible. Por mucho que se empeñen los gurús, adivinos y profetas, nunca podemos estar seguros de lo que ocurrirá hasta que no ocurra realmente.

Esta obviedad se nos olvida con demasiada frecuencia y hace que caigamos, como memos, en esperar acontecimientos que nunca llegan, por muy esperados que sean y por mucho que creamos en que habrán de llegar.

En contra de mi propio argumento está ese famoso proverbio chino, que un día me relataba mi padre en uno de mis días de furia adolescente: «Siéntate pacientemente a la puerta de tu casa y verás pasar el ataúd de tu enemigo». Entonces, dónde se encuentra el punto de equilibrio, ¿es o no, predecible el futuro?

Cuando estamos leyendo una novela o visionando una película de cine no hay mayor amargura que intuir el final, predecirlo. Viene a ser similar a que te lo hayan contado de antemano, perdiendo totalmente el poco o mucho interés que previamente pudiera tener.

En cambio, se agradece, hasta un grado superlativo, cuando se corroboran nuestros presagios en torno a algún acontecimiento altamente positivo como, por ejemplo, aprobar una oposición o dar con el trabajo que siempre hemos deseado.

Nos pasamos media vida intentando atinar en nuestras predicciones cuando la evidencia nos dice que están lejos de nuestras posibilidades. En psicología, existe una teoría que marca ostentosamente la predicción de muchas personas que piensan que se cumplen sus pronósticos, la llamada «creencias autocumplidas» que se basa en algo tan simple, cuando una persona se cree ciegamente que algo pasará y termina pasando.

Cuando nos hablan de que tal o cual cosa era esperable, solemos asentir como confirmando que estamos de acuerdo en algo que, indefectiblemente, era impredecible. La muerte de alguna persona que, por su estilo de vida, necesariamente tenía que acabar muerto precozmente o una comida demasiado copiosa que esperamos que nos siente mal y tengamos una de esas digestiones insidiosas.

Me he sentado pacientemente a la puerta de mi casa en alguna ocasión y no he visto pasar el ataúd de ningún enemigo, posiblemente sea corto de miras, no tenga enemigos o mis creencias me impidan alcanzar esa meta.

Lo indiscutible es que lo esperado no siempre coincide con lo llegado y equivocarte en lo que habrá de llegar es tan azaroso como acertar. En el fondo, lo que verdaderamente nos gusta es lo impredecible, si lo esperamos y llega, pierde su encanto.