Opinión

Otra clase de xenofobia

Todos conocemos el racismo tradicional que proveniente de la extrema derecha comenzó a asentarse en parte de la sociedad española a finales de los años 80. Tuvo su origen en los estadios de fútbol y en la prolongación de la ideología franquista (racista y clasista por definición) más allá de la muerte del dictador. Para mí el pistoletazo oficial e inicial del racismo en España fue el asesinato de la inmigrante dominicana Lucrecia Pérez en 1992 en el local abandonado donde estuvo la discoteca Four Roses situada en uno de los laterales de la Carretera de la Coruña, a unos kilómetros de Madrid. A aquella discoteca yo solía ir los fines de semana en mis últimos años de instituto y quizá también cuando ya había comenzado mis estudios de Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid. Lucrecia Pérez, que dormía en el local una vez que la discoteca fue cerrada al público, apenas llevaba un mes en España cuando fue tiroteada por un grupo de fascistas violentos. Recuerdo con exactitud aquellos años. Las camadas negras del franquismo ya no perseguían a militantes de izquierda para pegarles con cadenas. En su lugar comenzaron a perseguir a los inmigrantes extranjeros. “Primero los españoles”, podía leerse en la paredes del centro de Madrid por el que se movían los grupos de nazis, skinheads y ultras del fondo sur del Estadio Santiago Bernabéu.

Este es el racismo que todos conocemos. Pero en los últimos años ha surgido un nuevo racismo que aunque tiene un origen y una puesta en práctica distinta y, desde luego, con ausencia de violencia, al menos hasta ahora, sigue el canon habitual de buscar un culpable externo al que hacer responsable de los problemas que afectan a la sociedad española como son unos deficientes servicios públicos o la escasez de vivienda para alquilar. Me refiero al acoso del que están siendo objeto los turistas extranjeros en los últimos años por grupos de ciudadanos auto investidos de defensores de la “esencia española y de nuestras costumbres” y de políticos irresponsables que aprovechan esta circunstancia para ocultar su incompetencia en la solución de problemas como a los que me refería antes.

Vamos a decirlo sin ambages. Si en España existe un problema de acceso a la vivienda no es por culpa de los aproximadamente 85 millones de turistas extranjeros que visitan nuestro país cada año sino porque las administraciones públicas, sobre todo las locales, no han sabido ni han tenido mucho interés en resolver la más que previsible escasez de vivienda disponible para alquiler o compraventa que existe en las grandes ciudades que se veía venir desde hace tiempo. España recibe todos los años 104.000 extranjeros para realizar estudios de posgrado. A ello hay que sumar los emigrantes que desde hace décadas viajan España en busca de un futuro mejor que el que les aguarda en sus países de origen y que tienen la costumbre de no querer vivir debajo de un puente. También están los nómadas digitales. Y por otro lado están los turistas extranjeros que dejan en España 200.000 millones de euros al año en comercios, restaurantes, hoteles y sí, también en pisos turísticos, de los que 40.000 van a las arcas públicas en concepto de impuestos que se utilizan para pagar las pensiones, los subsidios de desempleo o la sanidad pública.

En España existen 4 millones de viviendas vacías de las cuales 209.000 se encuentran en la provincia de Alicante. Llama la atención que esta enorme cantidad no sea objeto de debate en los plenos de los ayuntamientos ni en los parlamentos autonómicos y que ninguno de los sindicatos de inquilinos que han surgido en las principales ciudades españolas y que tienen como principal objetivo a batir los extranjeros que vienen a España a gastar su dinero, no tengan nada que decir sobre todas esas viviendas sin ocupar.

Si comparamos estas cifras con los cerca de 340.000 pisos turísticos que hay en España supone que sólo el 1,33% del total de viviendas tienen este uso. No me parece a mí que el problema de la vivienda en España se vaya a solucionar prohibiendo los pisos turísticos. Además un tercio de ellos son en realidad alquiler de habitaciones individuales con el que miles de propietarios que viven solos o solas consiguen una ayuda para pagar su hipoteca.

Por todo ello me parece una temeridad la utilización de la turismofobia por cierta parte de la izquierda política. Estas cosas se saben como empiezan pero no como terminan. El ejemplo está en Francia donde la mayor parte de los votantes del partido de ultraderecha liderado por Le Pen provienen del antiguo partido comunista francés. En la ciudad de Valencia, durante los ocho años de alcaldía de Compromís, sólo se pusieron en marcha 12 viviendas sociales tal y como admitió el entonces alcalde Joan Ribó. Durante este tiempo Compromís se dedicó a despotricar del turismo a diario. En su página web se facilita, mediante denuncias anónimas, que los ciudadanos se conviertan en chivatos alentando el odio entre vecinos. ¿Se ha preguntado Compromís cuantos de sus votantes de la ciudad de Valencia viven del turismo? En el resultado de las últimas elecciones municipales tienen la respuesta.