Opinión | El teleadicto

¿Los mejores?

Bilbao se viste de gala para acoger los Premios Max de teatro

Agencia ATLAS | Foto: EFE

Los premios son siempre subjetivos. Los Max de teatro, auspiciados por la SGAE, nacieron hace 27 años con un pecado original y bastante polémica. Las funciones nominadas, los autores nominados, todos aquellos que optan a una de las manzanas diseñadas por Joan Brossa, son una parte de la dramaturgia contemporánea; son solo una muestra de lo que se realiza en nuestro país, pero en ningún caso se pueden considerar los mejores trabajos que los aficionados hemos podido disfrutar sobre los escenarios a lo largo del año. Puede que sean los que están, pero no están todos los que son.

Vista la ceremonia que se desarrolló el lunes en Tenerife, cualquiera de los espectadores que esté al corriente de lo que ha dado de sí la actualidad teatral del último año apreciaría bastantes más ausencias que presencias.

Insisto en que es un pecado original que parte desde las propias bases de la convocatoria. Lo que no significa que nos opongamos un ápice a la celebración de este encuentro de profesionales. Bienvenidas sean todas las fiestas protagonizadas por las gentes de las artes escénicas. Yo solo me he perdido una gala de los Premios Max, la que se celebró en Vigo. Aquel año el gobierno de la derecha decidió que no se retransmitiese por La 2, y no pasó nada. Las audiencias de este evento siempre fueron residuales.

Lo único que queda claro tras las 27 ediciones viajeras de los Premios Max por los cuatro puntos cardinales de España, por la península y las ínsulas, es que la gran perdedora es Alicante. Una ciudad que se las da desde 1991 de capital de la dramaturgia contemporánea, y que ni siquiera ha sido capaz de acoger la ceremonia que más la representa.