Opinión

¿Por qué tenemos miedo a los cambios?

Silueta de una mujer.

Silueta de una mujer. / Miedo a la verdad

María es el nombre ficticio de una ingeniera de software con diez años de experiencia en una empresa tecnológica de reconocido prestigio. A lo largo de su carrera, ha demostrado ser una profesional competente y fiel a la dirección, de manera que se ha ganado el respeto y la admiración de sus colegas y superiores. Hace unas semanas, sus superiores le ofrecieron la oportunidad de ascender a un puesto de liderazgo como, por ejemplo, Gerente de Desarrollo de Software, un cargo para el cual está claramente capacitada. Esta nueva responsabilidad implicaría no solo un aumento de salario y beneficios, sino también poder liderar un equipo humano importante y dirigir proyectos clave para la empresa. Aunque ella se siente halagada por la propuesta, tras reconocer que tiene los méritos y las capacidades necesarias, duda desde el primer momento: teme la envidia de sus compañeros y sobre todo el hecho de despuntar frente al resto. Empieza así a dudar de su capacidad para manejar la presión adicional y teme no estar a la altura de las circunstancias. Sería un revulsivo importante para ella, pero también en el entorno laboral, ya que el resto del equipo empezaría a enjuiciar desde el primer momento sus decisiones. Además, otra empresa de la competencia, conocedora del asunto, le habría hecho una oferta similar que ella había rechazado por fidelidad a quienes hace diez años confiaron en ella. Sabe que en aquella otra empresa no tendría la dosis de envidia y de resentimiento que en la suya puede empezar a tener.

Un caso como el anterior parece ser más habitual de lo que parece. Si la María de nuestra ficción hubiera aceptado, las presiones de su entorno, como las de la otra empresa que habría rechazado, podrían acabar afectando su rendimiento laboral. Estaría en un caldo de cultivo, si no se rebela frente a estas presiones, de síntomas de ansiedad o de malestar que se alejarían del momento inicial de calidad laboral y personal que tenía. Así, podría llegar a exponer: “¿por qué me han hecho estas propuestas cuando mejores condiciones tenía? Es el momento en el cual podría formular aquella expresión popular de “Virgencita, virgencita, que me quede como estoy”. Una sentencia que pronunciamos cuando sentimos el temor al cambio inesperado y que nos hace entender, por desarrollo de los miedos, que mejor aquello conocido que lo que puede llegar por sorpresa. En una sociedad de alto componente competitivo, donde se desarrollan a menudo envidias y juicios vanos contra quien presenta un alto nivel de competencias, se activa el miedo a la represalia. Una forma de maltrato consentido con derivaciones de acoso laboral y personal que, si la persona que los recibe no tiene un alto nivel de seguridad en sí misma, puede representar la concreción de un grado de malestar y disfuncionalidad alto.

¿Es cierto, pues, que los humanos tenemos pánico al cambio? Toda modificación de la rutina –la posible obtención de un cargo o de un puesto de responsabilidad lo es– provoca la salida de la propia zona de confort. Se desarrolla así un proceso de incertidumbre, antes de confirmar o de negar la propuesta, donde no podemos predecir el futuro ni controlar las derivaciones de los cambios. Si no tenemos una autoestima suficiente, esta percepción negativa de uno mismo puede incrementar la posibilidad del riesgo del fracaso. Si salimos de la zona de confort, donde desarrollamos con eficiencia nuestros acometidos, podemos cometer errores. El miedo a no tener éxito o a no estar a la altura de las nuevas expectativas puede paralizarnos. Nuestra especie está preparada, desde una perspectiva evolutiva, para la búsqueda de la seguridad y de evitar riesgos innecesarios. El cambio puede ser percibido como un riesgo potencial, activando respuestas de lucha o huida.

Punto y aparte se merecen las personas tóxicas de nuestro entorno. Me refiero a aquellas posibles amistades que, frente a una propuesta de asunción de mayores responsabilidades, ofrecen temores gratuitos como: “¿estás segura de aceptar la propuesta? Te pondrás al resto en contra...”. Unos falsos consejos intencionados, seguramente cocinados por quien en origen no se siente seguro de sus fuerzas y capacidades que envía a los malmetedores buscando la duda y la vacilación de quien se merece esta opción de liderazgo. Estos personajes saben que la presión social y personal puede acabar con los nuevos retos que se proponen a personas que pensaban que tenían controladas. Dejemos libremente que cada uno escoja su camino y la confirmación o no de sus retos. No coaccionemos, no metamos miedos innecesarios. Sin cambios, sin modificaciones estructurales, no hubiéramos sabido afrontar los nuevos retos de nuestra sociedad. Fomentemos el debate y la libertad de elección por uno mismo; aunque nos equivoquemos, vale la pena la experiencia de arriesgar y de asumir nuevas responsabilidades. Si alguien confió en nosotros, aceptemos sin dudar que estamos suficientemente preparados para los que nos propongan. El mundo está hecho para progresar con personas valientes que quieran compartir sus virtudes y su buen hacer.